La condolencias

Por Óscar Dávila Jara ( Moralito)

Samuel Reyna no podía olvidar el olor de esa mujer que había tomado tres días antes, a un lado del arroyo por el rumbo de la jarillera. Aún no se le borraba la marca que ella le había hecho en la oreja, todavía le dolía y él lo disfrutaba. Samuel pensaba que la resistencia de la hembra se debía a que tenía otro hombre, pero que si la mujer fuera sola, las cosas serían de otro modo. Eso fue lo que lo animó a que aquella noche estuviera agazapado entre el huizachal, junto al camino, esperando a Rómulo y nomás recordando el olor de Carmela. La noche estaba oscura y muy apenas se distinguían las siluetas de los árboles, pero Samuel sabía que a esa hora pasaría Rómulo rumbo al jacal de la Carmela. Se oía el canto de los grillos y muy a lo lejos los perros ladraban. Aunque el frío empezaba a calar Samuel se mantenía quieto. Media hora después se escucharon los cascos de un caballo que se acercaba. Samuel se estiró tratando de desentumirse y empuño su cuchillo. En ese momento vio la silueta del jinete y se abalanzó sobre ella. Rómulo recibió el golpe del cuerpo de Samuel al mismo tiempo que una cuchillada en el pecho, el caballo se encabritó derribándolos y antes de llegar al suelo Rómulo ya tenía otra herida en el cuello. Le asestó dos cuchilladas más y se desprendió de las manos de Rómulo que lo tenían fuertemente agarrado de la camisa. Se enderezó y vio el cuerpo de su víctima echando afuera los últimos alientos en violentas sacudidas. Sintió su ropa húmeda y tibia, empapada en la sangre de Rómulo.

A la semana siguiente, ya sin odio y sin la marca en la oreja, Samuel fue a presentar sus condolencias y a ponerse a las órdenes de Carmela.

 

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