Por Óscar Dávila Jara (Moralito)
Porfirio salió de la cantina y se fue caminando por el callejón, sintiendo que el brillo de las estrellas le acariciaba la espalda. Llegó a la esquina del mesón y se sentó en la piedra enterrada, sacó un cigarro y se lo puso en la boca, y así permaneció, respirando el aire fresco de la noche, con olor a corrales y jaras del río. Las campanadas del templo dieron las dos de la mañana y encendió el cigarro, aspiró tragando el humo y soltándolo despacio, tratando de adivinarlo en la obscuridad. Horas antes en la cantina, había estado observando a Mateo Santos, viéndolo vivir uno de sus sueños. Porfirio siempre envidió a Mateo Santos, más que a Mateo a sus sueños, pues era bien sabido que soñaba todo lo que quería. Sigue leyendo