Por Óscar Dávila Jara (Moralito)
Envuelta por las paredes de adobe de su vivienda, Luz María contó las once campanadas del reloj del pueblo, las escuchó a lo lejos, entre el ladrido de los perros. La luna, apenas insinuándose en un cielo lleno de estrellas, iluminaba débilmente la ladera donde se ubicaba su casa. El aire entraba por la puerta abierta y agitaba suavemente sus cabellos llenándola del aroma del campo. Luz María estaba esperando a Sebastián. El domingo pasado habían convenido casarse y acordaron definir los pormenores precisamente esa noche. Mas que por los arreglos de la futura boda, Luz María esperaba a Sebastián por las ansias de su cuerpo, imaginando su olor y sus manos ásperas, con el deseo de recibirlo por primera vez en la oscuridad de su lecho. Sigue leyendo