El largo adiós

Por Saúl Dávila Huízar

Hubiera deseado prolongar el adiós, hacerlo interminable volverlo un lejano recuerdo para que nunca le hiciera la memoria. Dijo sólo un –hasta luego- sin mayor convicción ni deseo dejándolo flotar en el aire mientras encendía su pick-up: dio la vuelta sin mirarla, sabiendo que habría sólo unos cuantos encuentros más para que finalmente todo acabara. Sabía que las preguntas recién comenzaban, que la tristeza apenas llamaba a su puerta. Esa noche repasó todas y cada una de las imágenes, ¿Soñadas?, tal vez, ¿Imaginadas?, tal vez, pero indudablemente hermanas de las tantas noches de insomnio que sabía le aguardaban.

La vida a menudo nos embroma, nos coloca frente a frente y hace que nuestros ojos vean lo que no existe. Eso les sucedió aquella noche, pero no sería sino meses más tarde que cada uno apartaría los velos y descubriría por sí mismo la única verdad que los llevara por caminos distintos. La noche apenas comenzaba y la gente se daba cita en el jardín principal del pueblo, fue entonces que sus ojos se vieron, después las palabras hicieron lo suyo dejando que el tiempo y las circunstancias hicieran el resto.

(Él: deshago los nudos que me atan a ti, deseando los caminos que me llevan a ti pero sólo descubro una mar de días y días sin respuesta, de noches a la espera del siguiente día, de silencios y palabras de otros tiempos)

El primer adiós apenas se dibujó en el espejo retrovisor, la figura de ella encaminándose hacia su casa, la misma figura frágil que él hubiera deseado se convirtiera en la única imagen que perdurara al paso del tiempo y de la vida. Se colocó los lentes para el sol, dio vuelta hacia la izquierda, tomó la primera avenida y se perdió en el camino. Él supo de una carta que no recibió, de un deseo de apartarlo de la vida de ella que aún no comprendía. El camino tantas veces recorrido, se convirtió en el último regreso. Cuantas cosas hubiera dicho si no supiera cuan inútiles resultaban las palabras. Se mordió los labios, en el horizontes el camino ya no era el mismo, sin embargo los adioses habían de venir uno a uno para crear una verdad para la que no no había remedio.

(Ella: nunca hubieras llenado el adiós de tantas voces como tú mismo, nunca hubieras sembrado tan a ciegas, ni sentido aire más frió, ni tristeza más honda, ni te hubieses refugiado en el último rincón de ti mismo si no se hubieran cruzado nuestras palabras, si no se hubiesen tocado nuestras manos).

Aquella vez, en el bautizo, él la esperó mientras la lluvia la mantenía alejada; a su regreso, bailaron y fue entonces que le preguntó si era posible verla otra vez: ella aceptó. Él llegó tarde a la cita, sin embargo, ella estaba ahí sonriente entonces como ahora, con la mejor de sus sonrisas y tomaron el camino hacia la única conversación que había logrado realmente conmoverlo. Supo de ella por el relato que hacía de sus padres y descubrió lo mas valioso que persona alguna pueda ofrecer y le agradó y las distancias que pudieron ser infinitas se volvieron nada y el tiempo que pudo haber sido eterno se consumió en un abrir y cerrar de ojos. Él supo de ella, de su niñez, de su padre, de su madre de sus hermanas y bebió de todo el aire que envolvía sus palabras. Ella tenía unos ojos que miraban mas allá de la superficie, oscuros, enmarcados en un rostro que comenzaba a evidenciar el paso del tiempo. Sus manos no cesaban de moverse nerviosas, buscando deshacer el nudo de la impaciencia, siempre hurgando, deshaciendo, encontrando. Entonces él le habló de tantas cosas que ya se perdieron en la memoria.

El segundo adiós lo sorprendió a mitad de la quinta cerveza y del camino. Era tarde, muy tarde, la música llenaba la noche de historias que parecían hablar de él. Apenas se dio cuenta y estaba frente a su casa, el camino le llevaba una vez más hasta su puerta para decirle con música lo que con palabras había callado. Como muchas de las cosas que simplemente suceden escuchó y deseo que ella escuchara las canciones que contenían fragmentos de su propia historia, repetida de diferente manera pero parte de la misma canción de un olvido que empezaba a hacerse un lugar en la conciencia.

¿Qué podría él decir de sí mismo, cuando las palabras no bastan, cuando se tiene enfrente al misterio más insondable y se desconoce cuales son las razones a las que atiende?. ¿Qué frase no sonaría hueca y sin sentido cuando dos mundos se conjugan momentáneamente sólo para afianzar las raíces de su propias diferencias, sólo para dejar un universo trastornado en su más íntima esencia?. Eso fue lo que sucedió, pero sólo fue perceptible al paso del tiempo, al transcurso de los encuentros, ahí donde todo parecía estar bien: habitaba la calma que antecede a la tormenta.

(Él: no hubiera deseado perder de esta manera la calma, colmar de pensamientos uno a uno los minutos imaginando figuraciones y poniendo en boca de otros mis palabras aunque sólo fueran las sombras de otros tantos yo como he sido).

El tercer adiós llegó como la última esperanza de regresar al principio, sin embargo, ella inconmovible reiteró sus deseos de apartarlo y él neciamente preguntaba por alguna razón, ignorando que en esas cuestiones simplemente no las hay. Ella pudo haberle dado un millón de razones por qué pero no cambiaría nada. Todo había sido dicho con su primer adiós lo demás vendría con un tiempo cargado de dudas y de preguntas y de la necesidad de seguir adelante con la vida.

Un camino hacia donde se oculta el sol le llevó una tarde hasta ella, era el lugar donde había crecido y donde nacieron sus padres, era el único lugar donde se hallaban muchas de las respuestas que a él le importaban. Un caserío diseminado entre colinas con las ausencias de nuestros pueblos de emigrantes; hombres siempre en los caminos reales o imaginarios que en esta ocasión le llevaron hasta ella, que estaba llevando agua, o trayéndola, escondiéndose del sol, o de la gente, escondiéndose tras la cerca jugando a las cartas simplemente para matar un tiempo que no era de su agrado. Llegó la noche junto con la decepción, pero él, tonto y ciego no supo advertir los signos del fracaso, ni quiso escuchar a quienes callaban cuando mencionaba su nombre y muchas de las fantasías que se había permitido comenzaron a desvanecerse y a dejar una pobre realidad alimentada sólo por su voluntad y deseo.

Algunas fotos, cartas, recibos cuentan la historia de los viajes y sus fechas. En algunas de ellas su rostro siempre sonriente entre los matices de van del blanco al negro, en las escasas cartas, su letra apresurada atrapando un pensamiento que no está en paz consigo mismo y que inútilmente hace llegar palabras que no salen del corazón. Él hubiera deseado escucharla, aunque sólo fuera un último y definitivo adiós, dicho desde la razón y expresando sus propias justificaciones, defendiéndolas, enfrentándolo a los ojos con la única verdad que era válida y entendible: la suya; sin importar de donde viniera, si su corazón se le había negado, si no había sido capaz de entrar en él, deseaba que el adiós definitivo fuera pronunciado por la razón, era la única esperanza de que ella se ganara un lugar en su dignidad y en su conciencia, no para él, sino para ella misma. Pero eran lenguajes distintos, vidas distintas, costumbres distintas. Ella, acaso más inteligente, lo percibió, con esa agudeza de quien mantiene la razón a salvo en las tormentas del corazón y como algo inevitable llegó el cuarto adiós.

Ella, él, ambos, ellos, esos, yo, tú, aritmética que no resuelve nada. El. ¿Quién es ella? ¿A dónde va? ¿Qué busca? ¿Qué desea?. Ella. ¿Quién es él? ¿De dónde viene?.

(Ella: ahora aparta los últimos vestigios y busca dentro de tu piel para que logres apartar la semilla de la duda. Él: ¿Cómo decirle que me pesa llevarte en el recuerdo?, ¿Cómo decirte que enmudezco cuando te cubro con palabras que no son tú, que no serán tu?. Se sólo unas pocas cosas, las demás las invento, así me sucedió contigo.).

El último adiós llegó justo a tiempo y el hubiera deseado que fuese como lo había imaginado, desde el automóvil y a través de la ventanilla, sin reproches, casi sin palabras, dejando que lo que ambos sentían llenara el aire de la tarde. El hubiese deseado que no afloraran sus mutuas miserias, ni sus desganos en la difícil empresa de vivir la vida, que fuese simplemente la despedida de quienes se separan para realizar sus propios sueños: aunque esta vez no había sueños, ni palabras siquiera para inventarlos. Esta vez fue el último adiós, triste pero necesario, él tenía un largo camino para pensarlo, ella hacía mucho tiempo que lo había olvidado.

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