Por Óscar Dávila Jara (Moralito)
“La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios” Jorge Luis Borges
El argentino, sentado en un bar de Nordstajarnan vio entrar a la mujer, tendría aproximadamente diecinueve años. Ella recorrió con la mirada a los parroquianos y se dirigió a él. Él la condujo a una puerta y después a un pasillo y después a una puerta que se cerró. Ahí ella se entregó y él se entregó a sus intenciones, trato de pensar en las complicaciones del caso pero el embrujo de la historia le borró los pensamientos. Salieron y se dirigieron hacia la fabrica donde ella trabajaba. La mujer entró, arriba en la ventana del primer piso, observando la esperaba el dueño, Arón Lowenthal. Cruzó el patio y cuando quedó fuera de la vista de Lowenthal, arrojó un bulto hacia el perro que se encontraba amarrado y ladrando. El argentino esperó unos minutos y después cautelosamente se introdujo en la fabrica, vio como el perro se restregaba el hocico con las patas sin poder ladrar. Subió en silencio las escaleras y pudo ver que la mujer se despojaba de la ropa para distraer a Lowenthal, se acercó al escritorio y tomó la pistola que se encontraba en el cajón, tal como ella se lo había dicho. Disparó tres veces. Mientras veía como la sangre iba tiñendo el piso oyó a la mujer hablando por teléfono — Ha ocurrido una cosa que es increíble … — fue lo último que el argentino escuchó, en ese momento salió de la fabrica y desapareció. Años más tarde se conocería la otra historia de Ema Zunz.