El sueño y la bruma

Por Saúl Dávila Huízar

Desliza sus manos sobre la tela, la noche se mete entre las sábanas para tejer las ropas de los sueños y para abrirle paso a los pensamientos. Está sola como desde siempre y sus ojos que quieren ver no logran penetrar la bruma. Siente la noche y la oscuridad como parte de su ser tomándole de la mano para llevarla a los rincones de su pasado, a todos aquellos recuerdos que componen los días de la historia de su vida, la ruta de los deseos que se volvieron pócima para conjurar los sueños. Gira hacia un costado y el movimiento despierta sonidos que se confunden y que solo se van aquietando si cesa de respirar, contiene el aliento hasta la desesperación, hasta que su corazón palpitante es el único vínculo con la vida, el último vínculo con la existencia en toda esa negrura envuelta de silencio. Es entonces que hiere el recuerdo y que quisiera que todo fuera distinto para envolver entre sus brazos a su propio yo y llevarlo por otro camino, salvando las penas y alejando los sinsabores, llegando hasta esos momentos en que no existe nada. Gira hacia su otro costado y el sueño se espanta., sus ojos se abren todos y no quiere mirar, tampoco recordar que hace años fue joven y fue madre y que a veces lo que hacemos no encuentra su lugar en nuestras vidas. ¿Mi hijo? Se pregunta en todas las noches y un caudal de sentimientos se desbordan, llenándola de sensaciones para las que no tiene palabras, y solo los recueros la arropan en esta persecución de la razón. Toma la sábana y la estruja entre su mano, se la lleva al pecho, al rostro y siente un aliento; el mismo aliento de su patrón cuando trabajaba hace tantos años en la casa de aquella familia rica, el mismo aliento que la visitaba en las noches y que tenía un cuerpo y una presencia que la sofocaban y robaban el aire, ese mismo aliento que la expulsó cuando supo que iba a ser madre, y que la sumió en el abandono a ella y a su pequeña criatura que apenas hacía bulto en medio de sus brazos y que tuvo que regalar cuando se le estaba muriendo en medio de toda su desesperación para alimentarla.

El aire de la noche es frío, se lleva las manos a su rostro y sigue sus trazos, acaricia el mentón, las mejillas y entre sus ojos sus manos se humedecen y le recuerdan el aire frío del hospital donde desde hace tiempo trabaja, jala la sábana y se cubre completa como un  cadáver de los que a diario contempla, a los que registra y anota para cuando alguien los reclame. Estos muertos que tanto se parecen a ella, que tiene en sus rostros impresa la historia de sus vidas son los únicos amigos a los que puede decir algo, a los que platica su pena, los únicos en que puede confiar. Fueron sus cómplices en aquella noche de su muerte los  testigos del último encuentro entre ella y su hijo, aquel hijo al que reencontró después de tantos años perdidos, y al que no podía abrazar y contarle de su tristeza cuando lo perdió, y al que imaginó creciendo en cada una de sus noches, dibujándole todos los rostros imaginables. Después cuando la imaginación cesó llegaron los sueños y ahí estaba él otra vez sin nombre y sin rostro solamente él en medio de toda esa negrura. Igual a la noche que le citó para que conociera la historia de ambos y su superación. Entonces estaba ella en medio de la habitación, dentro del féretro o más bien estaba uno de tantos cadáveres que llegan al hospital y que ella había tomado para que estuviera en su lugar y pudiera fingirse amiga de si misma y decirle cada una de tantas palabras dichas al vacío. Tenía tanto que decir por todo lo que había callado pero sabía que era inútil irrumpir en una vida que bien se las había arreglado sin ella, por eso inventó todo, por eso se pretendió muerta para liberarlo de una relación que no tenía futuro; por lo demás la muerta la estaba rondando y si en los últimos años vivió rodeada de ella muy pronto sería parte de ella. Aquella noche le tuvo entre sus brazos, sintió su carne próxima a la suya le escuchó llorar. Con la mañana su hijo se marchó a reincorporarse a su vida, ella se quedó a esperar las últimas noches frías y silentes, envueltas en todos esos recuerdos que tercamente regresaban para abrirle paso a los sueños, al imperio de las sombras. Se tiende boca arriba, poco a poco se abandona al cansancio y al sopor y afuera la noche sigue igual, húmeda, oscura…fría.

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