Por Saúl Dávila Huízar
De todas mis preguntas,
de todas mis respuestas,
¿Habrá alguna en la que no hayas estado?
Cuando quise escapar ya no me fue posible. Te di un solo boleto para que tu regreso tardara tanto como el tiempo en consumirse. Tú habrías preguntado si era fuerza que hubiese un adiós, como en todas las historias de amor que se precian de serlo, y yo entonces sin una respuesta, sólo te miré, queriendo ver a través de ti todos los años que no serían para nosotros; y traté de sonreír, con esa sonrisa que tú bien conoces y que alguna vez recordaste. El tren silbó y el último recuerdo, tu último recuerdo, fue esa mirada triste girando hacia mí, buscando descifrar que era lo que estábamos perdiendo. Las batallas vienen juntando las palabras de odio, y me llevan de la mano hasta otros confines que nunca supieron del miedo de inventar los sueños, y de olvidar las pesadillas que ensombrecen los días en la pesada carga de vivir con ellas. Sólo cuando te fuiste se abrieron los cielos dejando entrever el verdadero camino hacia el infierno, porque no volví a soñar con mi dios, ni a mi mesa llegaban sus bendiciones, sólo escuché tu voz, como el canto de una sirena, que me llevó ciego de amor hacia el acantilado donde me despeñé para darte mi corazón envuelto en llanto.
A tu llegada levantaron el vuelo mis deseos de vivir, y quise ser un trozo de tierra para apoyar tu pie en el viaje hacia otros cielos, pero me diste la espalda para que no pudiera ver cuando tus ojos mentían y te fuiste como tantas veces te habías ido a buscar lo que nunca encontraste.
Nos reencontramos ahora, ¿verdad?. Al principio no me reconociste, tampoco yo te reconocía, pero no obstante los años, en esa mirada que me dejó hace tiempo en el andén, pareció haber anidado la tristeza, fue por eso que te encontré otra vez y al igual que todas las historias que valen la pena quise que lo nuestro no quedara en el olvido, en ese dejar que la vida desmenuce todo lo que valió la pena vivirla: y discúlpame si lo que te digo hace más honda tu tristeza, pero tú lo sabes bien, nunca he sido un bufón. Lo que ahora me duele es que nuestras vidas se hayan marchado en sentidos opuestos, que haya sido el destino y su necia obstinación el culpable de aquella despedida, pero tú lo sabías y entonces no había remedio. Te busqué en cada uno de los minutos y de los días, y a cada momento mi angustia crecía imaginando la inmensidad del tiempo en el que tendría que buscarte, ni siquiera imaginé que avanzaba en la dirección equivocada, e ingenuamente creí que ese absoluto que quiso condenarnos se cansaría finalmente de jugar con nosotros. Pero no fue así y poco a poco me fui dando cuenta, cuando atravesaba los desiertos, o cuando me hundía en las llanuras solo para borrar con las huellas de mis pasos las infinitas horas que como incontables granos de arena nos separaban. Fui trashumante no sé por cuanto tiempo, después me refugié en las montañas y no quise saber del devenir del mundo; cuando creía que el caminar la distancia me llevaría hasta ti, me eché a andar los caminos buscándote, pero ya estaba trastornado y lo que mis ojos miraban solo eran espejismos. Anduve loco y confundido por todos los siglos y no hubo ciudad ni pueblo que no supieran de mí. Vagué entre los montes y mis carnes supieron del calor y el frío, de los días de sol y de lluvia; me fui leyendo entre los rostros de quienes miraba y siempre, siempre, buscando distinguirte entre los habitantes de los pueblos y naciones que me vieron pasar. ¿Te acuerdas cuando una vez te dije que no había pregunta, ni respuesta en la que no hubieses estado? Cada una de esas horas transcurrida en mi búsqueda frenética se convirtió en los acertijos que pensando en ti alimentaba, y sucedía que entre las lloviznas o en medio del calor infernal, las respuestas se convertían en más y más preguntas, que traían a su vez nuevos caudales de respuestas en las que te inventaba de tal manera que poco a poco te fuiste convirtiendo en algo que nunca fuiste. Entonces ya no me importaba la vida y si sobreviví fue por mera costumbre, porque tú debes saber como se sufre el amor cuando se clava en lo más profundo de tu pensamiento y se convierte en parte de ti, de tu respirar; es con lo que te acuestas y con lo que te levantas. Es por eso que cuando nos abandona nos desgarra porque solo de esa manera sabemos que se ha marchado llevándose a quién sabe dónde un pedacito de nosotros, que ya nunca más será nuestro y que nos deja con una herida que nunca se restaña del todo. Así fue entonces y te busqué para saber que habías hecho con mi amor, y en donde lo habías tirado, pero nunca abriste ninguna de las puertas en que toqué, ni me despertaste cuando por el cansancio me tiraba a dormir en las aceras, y si por caridad alguien me daba de su pan, levantaba la vista para buscar en su rostro tu mirada y sólo sabía que ese algo que nos condenó seguía haciendo su labor, porque nada más encontraba rostros extraños. Fue casi al final cuando estaba a punto de desistir que te encuentro nuevamente, sólo que ya no eres tú, y como te podrás dar cuenta tampoco soy yo. Tomaré de nueva cuenta el camino hacia la estación para ver si en algunos de esos trenes regresamos los dos abrazados como en los mejores tiempos.