Por Óscar Dávila Jara (Moralito)
Con el perfume de mujer llenando el aire, la música suena al vaivén de una cadera firme de piernas largas y un sexo hermoso, de vientre liso y ombligo hundido con brillante diminuto. El ardor del whisky, humedece los labios y acaricia los sentidos, envueltos en una felicidad de billetes, de cuartos oscuros, de sábanas sudadas y de aire caliente de la noche y más blues y más senos y muslos, brillantes, morenos, llenos de cadencia frenética de mujeres con miradas tristes y sonrisas cristalizadas, ante una multitud de hombres solos, que cuentan historias a medias, de placeres gozados a medias, extasiados de piel tersa, olvidados en la orilla de la madrugada, ebrios de tedio, de obligaciones jodidas, sedientos de hacer nada, no registrar, no negociar, no respirar, abandonados en la rutina de embrutecerse y joder lindos culos de olores penetrantes, besando los pies de las mujeres, estremeciéndose al amarles los tobillos, tomándolos entre sus manos y abrazándolos para después recorrer el abrazo a la cintura, hasta un ombligo en el que beben sus ansias y finalmente cruzar la orilla de la madrugada y cumplir otro día de vida de muerto, imaginando notas de suicidio que nadie leería.