Cuántas veces

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

A Gabriela

“El amor es el silencio más fino”
Jaime Sabines

Cuántas veces he dibujado en tu cuerpo
antes y después de la tormenta
cuántas veces he llenado de colores
de luces y sombras
el espacio que yace entre nosotros
ese espacio que se repite
como el día y la noche
como un sueño que persigo
incansablemente
un sueño pleno de ti
rebosado de ternura de tus manos
saciado en tus callados besos
que agitan mi deseo
como corriente de río agitando lirios

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¿Qué es un beso?

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Un relámpago que estalla
en el temblor de tus labios
un cometa que ilumina
la faz de tu rostro
una luna roja de octubre
encendiendo tus mejillas
un suspiro amoroso
en el que entrego el alma
un instante eterno
en el que vivo y muero
es la palabra muda
con la que te digo que te quiero.

Puedo seguir los rastros

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Puedo seguir los rastros de mis besos en tu cuerpo
pequeñas huellas de cangrejo que marcan de rubor tu piel
van y vienen por todos esos lados de ti que tanto conozco
veredas preferidas que incansablemente transito

Puedo sentarme a contemplar el mar y tus ojos
tus ojos miel de arena, sol y luna de mis días
y a oír tu risa y el murmullo de las olas
y el graznar de las gaviotas en rasante vuelo

Puedo esperar a que un barco rasgue el horizonte
a que una tormenta junte el mar y el cielo
a que el huracán desaparezca esta playa en que te escribo
a que el mar se muera y quede quieto

Pero no puedo dejar de sentir que sin ti me muero

La última parada

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Inicio el viaje en la madrugada, cubriéndome con un abrigo de esperanzas para soportar el frío cotidiano del camino.  Me detengo por primera vez frente al espejo, que salpicado de tristeza muestra un rostro desgastado, con múltiples y diminutos arroyos que conozco casi de memoria. Cierro los ojos y la imagen se desvanece en el tiempo, se pierde en la oscuridad, giro sobre mí y lentamente los abro y avanzo hacia esa luz que se ve como el final de un túnel. Salgo de la recámara y veo los rayos del sol que agitan las partículas de polvo en el aire, que pasan a través de mí como si estuviera hecho de gotas de agua. Entonces pienso en tus lágrimas, con las que aderezabas todos esos platillos siempre rebosantes de olores, de esos olores que están almacenados en cada uno de los espacios de esta cocina por la que transito, en la que siento tu silueta desplazándose de una esquina a otra, llevando a todos lados tu pelo negro, que ahora imagino que acaricio, pero mi mano sólo cruza el aire y mis labios se resecan, mis labios que incansablemente te besaron y que bebieron tus estremecimientos como si lo hicieran en un oasis. Sigue leyendo

Prudencia Linares

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Prudencia Linares se levantó sin haber dormido, se bañó y se vistió con el hábito franciscano. Oró de rodillas durante media hora y después deshizo la barricada con que aseguraba su puerta. Salió al pasillo y el aire caliente de la mañana se le pegó al rostro, produciéndole una congoja mayor a la de los días anteriores. Se dijo para sí misma que esa pena formaba parte de su castigo y que cuando llegara a confesarse con su Santidad ya casi habría pagado la penitencia que le correspondía. Ese día no pasó por la fonda y en ayuno se dirigió hacia el Vaticano, en su trayecto se fue llenando del dolor de los miserables y desgraciados que pululaban por los callejones de la ciudad.

A media mañana se encontraba frente a la enorme puerta que la conduciría hasta el Papa. Esperó largo tiempo hasta que un cardenal se acercó a ella solicitándole le entregara la gracia que con anterioridad se le había concedido, ella puso el diminuto sobre en la blanca mano de aquel hombre que no dejaba de mirarla a los ojos – Por aquí – dijo y se fue delante de ella. La llevó a una pequeña sala y la dejó en un reclinatorio. Después de unos momentos de silencio, detrás de ella, el Papa dijo en perfecto español – Dime tu pecado Prudencia – Ella volteó y vio su cara de anciano, cargando todas las penas del mundo y balbuceó – Su Santidad, deseo a mi esposo… a mi esposo muerto – El Papa se quedó estático momentáneamente y enseguida le dijo – Prudencia, ve con tu pecado, si lo olvidas entonces vuelve.

Amanece

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Con el perfume de mujer llenando el aire, la música suena al vaivén de una cadera firme de piernas largas y un sexo hermoso, de vientre liso y ombligo hundido con brillante diminuto. El ardor del whisky, humedece los labios y acaricia los sentidos, envueltos en una felicidad de billetes, de cuartos oscuros, de sábanas sudadas y de aire caliente de la noche y más blues y más senos y muslos, brillantes, morenos, llenos de cadencia frenética de mujeres con miradas tristes y sonrisas cristalizadas, ante una multitud de hombres solos, que cuentan historias a medias, de placeres gozados a medias, extasiados de piel tersa, olvidados en la orilla de la madrugada, ebrios de tedio, de obligaciones jodidas, sedientos de hacer nada, no registrar, no negociar, no respirar, abandonados en la rutina de embrutecerse y joder lindos culos de olores penetrantes, besando los pies de las mujeres, estremeciéndose al amarles los tobillos, tomándolos entre sus manos y abrazándolos para después recorrer el abrazo a la cintura, hasta un ombligo en el que beben sus ansias y finalmente cruzar la orilla de la madrugada y cumplir otro día de vida de muerto, imaginando notas de suicidio que nadie leería.

El viento

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Ya estamos acostumbrados a los muertos que nos cría el viento del sumidero, como si fueran cuotas de pizca. Y es que cada vez que alcanza el pueblo nos deja dos o tres velorios. Por eso hoy que me levanté y que salí al patio, me quedé asombrado de tanto resplandor y de ver un cielo tan alto, de ver como el polvo que levantaba con mis pasos caía donde mismo por falta de ese viento pertinaz, acarreador de nubes eternas. Y no sólo yo me quedé asombrado, pues al recorrer las calles vi como toda la gente se pasaba alzando la vista, que hasta parecían pollos bebiendo de tanto que se asomaban al cielo.

Cuando creímos que ya era hora de que cayera la tarde, vimos que el sol se había quedado clavado en lo mero alto y nos estaba calentando la sangre. Fue entonces cuando empezaron las murmuraciones. Decían que esto era el olvido de Dios y que seguramente después de que se había cansado de hacernos purgar nuestros pecados con el viento del sumidero, abandonaba todo y lo dejaba parado en el tiempo. Con esta idea se creció la desesperación y fue entonces, que ya bien platicado con mis compadres, nos pusimos en la tarea de componer la situación, así que fuimos a conseguirle su muertito al pueblo, y que bueno que lo hicimos, porque aquí en la misa del velorio ya se siente que refresca el viento y las mujeres oran por el difunto al mismo tiempo que dan gracias al cielo.

Días de sol

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Ese día el cielo se ennegreció y empezó a lanzar unos goterones que dejaban sus manchas húmedas en la tierra, recuerdo que rápidamente recogí y enredé la piola teniendo cuidado de no picarme con el anzuelo y pensé que con un clima así era imposible continuar cualquier día de campo. Cuando la lluvia arreció alcancé a ver como del otro lado de la laguna todos corrían a refugiarse a la casa grande, de la cual todavía me encontraba lejos. Sobre la ladera del robledal, mucho más cerca, estaba la finca que hacía las veces de troje y hacia allá me dirigí. Al llegar empujé el gran portón de madera, abriéndolo solamente lo necesario para poder pasar, después volví a emparejarlo y con la poca luz que entraba por las ventanas fui reconociendo las cosas que se encontraban en el lugar. Sigue leyendo

Fin de historia

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

En la computadora iban apareciendo las letras, formando palabras que se distribuían a lo largo de la pantalla, construyendo una salida de la trama en la cual se encontraba atrapado aquel hombre. Las alternativas surgían apresuradamente, abriendo puertas hacia los pasillos, bifurcando en amplios corredores apenas iluminados por la escasa luz que llegaba del exterior. Sigue leyendo

¿Por qué no te fuiste?

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Comienzo a despertar. Estoy tirado en el suelo, la cabeza me duele y tengo sed. Escucho la voz de alguien que me habla. Recuerdo que me levanté en la madrugada fresca y húmeda de rocío y salí en silencio para no despertar a Soledad y a los niños. Me paré un momento en la puerta para respirar el aire recién bajado de los cerros. Todavía estaban los faroles encendidos y las calles se encontraban desiertas. Me eché a andar pensando qué decirle al patrón. Cómo decirle que no me corriera, que ya no me iba a emborrachar, que si me emborracho es de pura tristeza, tristeza de ver como los niños se van secando como plantitas a las que les falta el sol y si me quita el trabajo, ora sí que se me marchitan, tristeza de ver como Soledad guarda sus lágrimas para que cuando yo llegue a la casa pueda enseñarme sus ojos limpios y con brillo, esos ojos que acarician la angustia que traigo pegada al corazón. Sigue leyendo