La génesis

Por Saúl Dávila Huízar

Simplemente apareció, nadie supo de donde vino ni porqué, al principio pasó desapercibido y todos creyeron que se trataba de uno más de esos males pasajeros que igual que llegan se van. Pero hacía tiempo que aquello ya no era vida, que en los rostros de los habitantes de aquel pueblo se reflejaban las dolencias arrastradas durante siglos, en sus ojos la maldad que había encontrado un cálido cobijo para crecer y alimentarse, llenaba una a una las caras de la gente. Nadie se interesó sobremanera, era quizá un acontecimiento entre muchos otros de los que a diario salpican la vida de una sociedad acostumbrada a lo inaudito, a sobrevivir catástrofes que una y otra vez la reducían hasta sus cimientos y a sus hombres a unas pálidas sombras en las que no había lugar para la conciencia o la memoria. Sigue leyendo

El sueño y la bruma

Por Saúl Dávila Huízar

Desliza sus manos sobre la tela, la noche se mete entre las sábanas para tejer las ropas de los sueños y para abrirle paso a los pensamientos. Está sola como desde siempre y sus ojos que quieren ver no logran penetrar la bruma. Siente la noche y la oscuridad como parte de su ser tomándole de la mano para llevarla a los rincones de su pasado, a todos aquellos recuerdos que componen los días de la historia de su vida, la ruta de los deseos que se volvieron pócima para conjurar los sueños. Sigue leyendo

El palomo

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

El primer día de vacaciones fuimos el Fidel, la Gata y yo al arroyo del salitrillo para buscar por ese rumbo un buen mezquite. Andábamos tras una rama gruesa como las piernas de Doña Imelda, la que vende los duritos afuera de la escuela. A medio camino oímos las campanadas de la iglesia avisando que ya eran las once, apuramos el paso y llegamos a nuestro destino. Rondamos por los mezquites hasta que encontramos una rama, rechoncha, bien seca, tal como la queríamos, la Gata rápidamente se nos encaramó en los hombros para trepar por el árbol y sin decir agua va empezó a cortarla. Una vez que terminó le arrancamos las pequeñas ramas que tenía y con el serrucho le emparejamos los cortes dejando un palo como de una brazada. Tomamos nuestra preciada carga y regresamos al pueblo. Sigue leyendo

El caballo y la nostalgia

Por Carlos Pinto Núñez

Con el amanecer plomizo y el paso obligado, laborioso como el aleteo de un pájaro enfermo, el viejo, vuelve de trabajar. Dobla la esquina y su nostalgia diaria, aprendida de memoria, llega puntual, con la exactitud de un reloj antiguo, recorriéndole el cuerpo de huesos cansados, de carne fría, de ojos somnolientos que imaginan la salida del sol, allá, en el horizonte compuesto por una inmensidad de casas y edificios que a esa hora se antojan monstruos tristes. Nunca se detiene, camina sobre la banqueta pestilente, sobre los escombros de una noche azarosa, sobre su nostalgia regada durante años; la nostalgia vieja, más que él, porque las nostalgias nacen viejas y envejecen y se vuelven achacosas, graves, obsesionadas en un recuerdo. El lo sabe y desde la esquina extraña el campo pálido de otoño con voz de hojarasca; el campo y sus mañanas de enero con trinos entumidos de pájaros friolentos; el campo, la noche y la luna de la noche cantando una canción amarilla que nadie oía, el campo verde, verde y más verde de muchos verdes mojados de finales de junio. Sigue leyendo

Tomás

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Sigo agarrado a la reja de la ventana, asomándome para ver los cerros que se empalman unos arriba de otros, como queriendo subirse al cielo. Estoy esperando que vengan por mí para llevarme un rato a las bancas del jardín, desde donde se ven las torres de la iglesia con sus campanas que nada más lloran. Todos los domingos vienen por mí. Entre semana me la paso en esté cuarto, haciendo chiquihuites con carrizo tierno que me traen del río. Hoy vienen a recoger los que he tejido y a llevarme al jardín. Sigue leyendo

La huida

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Pedro iba empapado de sudor, trepando por el peñasco, escondiéndose de los rurales que lo perseguían y que eran reteligeritos para jalarle al gatillo, tronando sus máuseres, haciendo que las balas pasaran sobre su cabeza zumbando como moscardones. Las manos y los pies le sangraban de tanto raspón que se hacía, pero Pedro, liviano como si fuera venado, brincaba de una piedra a otra, encorvado para no hacer blanco, luego se arrastraba igual que lagartija, pegado a la tierra, respirando polvo. Sigue leyendo

El nagual

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

La oscuridad cerraba la noche y el viento silbaba arrastrando las nubes que olían a próxima lluvia. Las ramas de los árboles se inclinaban como haciendo reverencias. Los grillos sólo de cuando en cuando cantaban y su canto se confundía con el llanto del niño. Dentro de la choza, con el corazón apretujado de angustia, Dolores abrazaba a su criatura que hervía en fiebre. El viento que se colaba por las hendiduras de la puerta hacía bailar la llama de la vela provocando que la sombra de Dolores se meciera grotescamente en las paredes de la choza. Se inició el repiqueteo de las gotas golpeando el techo de la vivienda y el viento arreció azotando las paredes. El llanto del niño se había convertido en quejidos secos, apenas audibles en el rumor de la tormenta. El aire húmedo empezó a inundar la casa metiéndose por debajo de la puerta, Dolores arropó a su hijo y lo recostó en el catre de madera. Afuera tronaba el cielo como si se fuera a caer en pedazos. Con frazadas y trapos tapó las rendijas de alrededor de la puerta y puso las trancas para que ésta no fuera a abrirse con el viento. A media tarde, Emilio había salido en  busca de Don Crisanto para que viniera  a ver al niño, pero lo había alcanzado la punta de la crecida, dejándolo atrapado al otro lado del río. Sigue leyendo

Si no te hubieran adelantado la muerte

Por Carlos Pinto Núñez

Aquí estoy, sin saber si soy un vivo o un muerto porque no sé si en la muerte existe el dolor, o la vida nos hecha como pariendo y por eso me siento tan aturdido ¿Seremos ciegos en la muerte, o no habrá nada que ver? Mas bien estoy vivo, tengo los ojos cerrados y me duele todo el cuerpo; empiezo a recordar, no creo en la muerte tendría caso hacerlo, así como no recordamos nada al nacer. Hubo un derrumbe mientras trabajaba; escogí este trabajo por hambre, todos en el pueblo somos mineros por la misma razón. Sigue leyendo

La dos heridas

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Envuelta por las paredes de adobe de su vivienda, Luz María contó las once campanadas del reloj del pueblo, las escuchó a lo lejos, entre el ladrido de los perros. La luna, apenas insinuándose en un cielo lleno de estrellas, iluminaba débilmente la ladera donde se ubicaba su casa. El aire entraba por la puerta abierta y agitaba suavemente sus cabellos llenándola del aroma del campo. Luz María estaba esperando a Sebastián. El domingo pasado habían convenido casarse y acordaron definir los pormenores precisamente esa noche. Mas que por los arreglos de la futura boda, Luz María esperaba a Sebastián por las ansias de su cuerpo, imaginando su olor y sus manos ásperas, con el deseo de recibirlo por primera vez en la oscuridad de su lecho. Sigue leyendo