Tomás

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Sigo agarrado a la reja de la ventana, asomándome para ver los cerros que se empalman unos arriba de otros, como queriendo subirse al cielo. Estoy esperando que vengan por mí para llevarme un rato a las bancas del jardín, desde donde se ven las torres de la iglesia con sus campanas que nada más lloran. Todos los domingos vienen por mí. Entre semana me la paso en esté cuarto, haciendo chiquihuites con carrizo tierno que me traen del río. Hoy vienen a recoger los que he tejido y a llevarme al jardín. Sigue leyendo

La huida

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Pedro iba empapado de sudor, trepando por el peñasco, escondiéndose de los rurales que lo perseguían y que eran reteligeritos para jalarle al gatillo, tronando sus máuseres, haciendo que las balas pasaran sobre su cabeza zumbando como moscardones. Las manos y los pies le sangraban de tanto raspón que se hacía, pero Pedro, liviano como si fuera venado, brincaba de una piedra a otra, encorvado para no hacer blanco, luego se arrastraba igual que lagartija, pegado a la tierra, respirando polvo. Sigue leyendo

El nagual

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

La oscuridad cerraba la noche y el viento silbaba arrastrando las nubes que olían a próxima lluvia. Las ramas de los árboles se inclinaban como haciendo reverencias. Los grillos sólo de cuando en cuando cantaban y su canto se confundía con el llanto del niño. Dentro de la choza, con el corazón apretujado de angustia, Dolores abrazaba a su criatura que hervía en fiebre. El viento que se colaba por las hendiduras de la puerta hacía bailar la llama de la vela provocando que la sombra de Dolores se meciera grotescamente en las paredes de la choza. Se inició el repiqueteo de las gotas golpeando el techo de la vivienda y el viento arreció azotando las paredes. El llanto del niño se había convertido en quejidos secos, apenas audibles en el rumor de la tormenta. El aire húmedo empezó a inundar la casa metiéndose por debajo de la puerta, Dolores arropó a su hijo y lo recostó en el catre de madera. Afuera tronaba el cielo como si se fuera a caer en pedazos. Con frazadas y trapos tapó las rendijas de alrededor de la puerta y puso las trancas para que ésta no fuera a abrirse con el viento. A media tarde, Emilio había salido en  busca de Don Crisanto para que viniera  a ver al niño, pero lo había alcanzado la punta de la crecida, dejándolo atrapado al otro lado del río. Sigue leyendo

Si no te hubieran adelantado la muerte

Por Carlos Pinto Núñez

Aquí estoy, sin saber si soy un vivo o un muerto porque no sé si en la muerte existe el dolor, o la vida nos hecha como pariendo y por eso me siento tan aturdido ¿Seremos ciegos en la muerte, o no habrá nada que ver? Mas bien estoy vivo, tengo los ojos cerrados y me duele todo el cuerpo; empiezo a recordar, no creo en la muerte tendría caso hacerlo, así como no recordamos nada al nacer. Hubo un derrumbe mientras trabajaba; escogí este trabajo por hambre, todos en el pueblo somos mineros por la misma razón. Sigue leyendo

La dos heridas

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Envuelta por las paredes de adobe de su vivienda, Luz María contó las once campanadas del reloj del pueblo, las escuchó a lo lejos, entre el ladrido de los perros. La luna, apenas insinuándose en un cielo lleno de estrellas, iluminaba débilmente la ladera donde se ubicaba su casa. El aire entraba por la puerta abierta y agitaba suavemente sus cabellos llenándola del aroma del campo. Luz María estaba esperando a Sebastián. El domingo pasado habían convenido casarse y acordaron definir los pormenores precisamente esa noche. Mas que por los arreglos de la futura boda, Luz María esperaba a Sebastián por las ansias de su cuerpo, imaginando su olor y sus manos ásperas, con el deseo de recibirlo por primera vez en la oscuridad de su lecho. Sigue leyendo

El sueño del puñal

Por Carlos Pinto Nuñez

Hay muchas formas de morir, Nazario lo hacía en silencio, sin quejarse; oyó campanadas muy lejos, aunque estaba tendido en el atrio de la iglesia, justo debajo del naranjo, oliendo el azahar y su sangre. Volvió a oír el tañir más lejano y entendió que se despedía de la vida. Sintió una punzada en la espalda; la herida se enfriaba y el puñal seguía clavado en la carne cortada; lleno de sangre, tranquilo, cumpliendo su objetivo infame, o tal vez infame, porque al fin y al cabo ese es el destino de los puñales y tarde o temprano lo cumplen y no pocos lo repiten. Los puñales son inmortales y algo irremediable, algunos son cobardes, ¿ o los hombres son los cobardes? Se  sueñan de rojo y el sueño lo recogen de los hombres, y estos sueñan sangre y otras cosas, pero los puñales sólo sueñan rojo porque los hombres cuando los sueñan, los sueñan ensangrentados. Nazario nunca soñó puñales, él soñaba su tierra y su mujer, por eso, para el que tenía clavado en la espalda, fue sencillo cumplir su destino y para el hombre, realizar su cobardía. Sigue leyendo

La construcción del futuro

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Cuando por el acercamiento del sol, se incrementó la temperatura de la tierra y se inició el deshielo de los polos, los hombres de ciencia de todo el mundo se reunieron a estudiar las posibilidades de supervivencia de la humanidad. Las bases del estudio consideraban preservar la vida humana en ciudades acuáticas y con filtros solares artificiales. A partir de esto, se inició la gran cruzada de construir ciudades y espacios de desarrollo que permitieran mantener la vida de hombres, animales y plantas. Sigue leyendo

Los sueños

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Porfirio salió de la cantina y se fue caminando por el callejón, sintiendo que el brillo de las estrellas le acariciaba la espalda. Llegó a la esquina del mesón y se sentó en la piedra enterrada, sacó un cigarro y se lo puso en la boca, y así permaneció, respirando el aire fresco de la noche, con olor a corrales y jaras del río. Las campanadas del templo dieron las dos de la mañana y encendió el cigarro, aspiró tragando el humo y soltándolo despacio, tratando de adivinarlo en la obscuridad. Horas antes en la cantina, había estado observando a Mateo Santos, viéndolo vivir uno de sus sueños. Porfirio siempre envidió a Mateo Santos, más que a Mateo a sus sueños, pues era bien sabido que soñaba todo lo que quería. Sigue leyendo

La condolencias

Por Óscar Dávila Jara ( Moralito)

Samuel Reyna no podía olvidar el olor de esa mujer que había tomado tres días antes, a un lado del arroyo por el rumbo de la jarillera. Aún no se le borraba la marca que ella le había hecho en la oreja, todavía le dolía y él lo disfrutaba. Samuel pensaba que la resistencia de la hembra se debía a que tenía otro hombre, pero que si la mujer fuera sola, las cosas serían de otro modo. Sigue leyendo