Soneto

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Me cautivó tu mirada sincera
de ojos hermosos avellanados
tu andar de formas y pasos calmados
y el suave brillo de tu cabellera

Nacida en el alma de la cantera
vas dejando recuerdos añorados
instantes infinitos acuñados
con tu buen juicio y la razón certera

Te distingue tu amor y gran prudencia
tu vida es un acto de pasión
mixtura de ternura y elegancia

Siempre quieres de todo corazón
tu aliento es sendero de paciencia
que vivas siempre es una bendición

Acróstico

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Para Gaby Dávila Ramírez

Galanura que enseñorea el paso
  al pisar tú la firme tierra roja
    bajo el suave azul cielo luminoso
      rincón zacatecano en que se aloja
        irradiante tu dócil hermosura
          eres para mí mujer fina alhaja
            la belleza forjada, alma pura
              amor con el que Dios me regocija

Mi gata

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Subrepticiamente atrapa mi atención.
La veo cruzar el umbral,
desde donde sutil como nube se desliza,
entornado traviesa sus grandes ojos.
Me murmura con un tibio ronroneo,
mientras ágil y tierna,
salta sobre la cama
y su piel brilla bajo los rayos de la luna.
Acaricio con el dorso de la mano su espalda
y fascinado admiro su silueta.
Frota su cuerpo contra el mío
y luego, se acurruca decidida en mi vientre,
llenando con destellos el espacio
y desde lo profundo de sus ojos
me pregunta inquieta si la quiero.

Soneto a Gabriela

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Muere feliz la noche en alborada
veintiséis años llenos de ternura
niña y mujer formada de finura
hoy amanece el día en tu mirada

paso a paso en vereda iluminada
el espíritu muestra tu apostura
y tu alma resplandece con dulzura
por siempre serás mi niña adorada

el rostro luce prístina sonrisa
inunda el aire tu nombre, Gabriela
y tu presencia envuelve en suave brisa

y lo hermoso de tu ser se devela
para ti el universo se armoniza
eres hija la dicha que se anhela

 

La caricia de Arlecchino

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Brighella lo vio entrar ataviado con su natural traje ajedrezado. El escozor del desprecio de Columbina le volvió a abrazar el pecho y la boca se le amargó de sabor a hiel. Lo había invitado para regodearse viéndolo derrumbado, mientras imaginaba múltiples formas de deshacerse de él. Sigue leyendo

La reina teñida de rojo

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Con la frente erguida avanza lentamente, sin miedo, sin angustia, con la certeza de que si tuviera que volver a vivirlo lo haría sin remordimiento, sin el menor rescoldo de culpa, lo volvería a gozar, a paladear. Una y otra vez lo dejaría navegar por las bahías de su cuerpo, apaciguar las tormentas de sus deseos y acompañarla hasta un nuevo amanecer. Sigue leyendo

La primera y la última

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Marcelino ve el cuerpo del Málaga tirado en  el suelo, amarrado a la silla, con el rostro hinchado, los ojos reventados y los labios cayéndosele en pedazos. Trata de buscar en su interior un sentimiento pero la intención se pierde en un pantano de indiferencia. No siente nada, un muerto más y no siente nada, al final, después de convencerse de que ya no hay angustia, de que ni siquiera siente esa ligera amargura en la boca que le producía mal aliento, sólo queda el fastidio. Sigue leyendo

Los caminos que he recorrido

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

A Gabriela

Los caminos que he recorrido
están marcados con tus huellas,
cuando me ha envuelto la penumbra
el brillo de tus ojos me ha guiado.

En el mar de tu cuerpo
me he sumergido en placeres infinitos,
e infinitas veces he recibido la mañana
arropado en tu sonrisa.

Tu corazón late en mi cuerpo
y mi piel vibra en la tuya,
mis manos se acopan a las tuyas
y tu boca a la mía.

Eres parte de mí
la luz y el calor de mi fuego.

 

Por cinco mil pesos

Por Óscar Dávila Jara (Moralito)

Desperté con un grito que se alargó sobre la noche, perdiéndose en los rincones de la habitación. Un grito largo, doloroso, como arrancado desde la médula de los huesos, y en medio del grito, la imagen fija del rostro violáceo de José María, con los ojos en blanco y una mancha de sangre reseca desde la boca hasta el cuello. El corazón desbocado se me revolvía en el pecho, mientras la visión del cuerpo inerte de José María se repetía una y otra vez en medio de la oscuridad. Encendí la luz y la pesadilla desapareció, todo quedó en silencio y poco a poco fui recobrando el aliento. Sentía la lengua pegajosa y el cerebro hinchado dentro de la cabeza. Me recosté de nuevo, bañado en sudor, tiritando de frío, contemplando la inmaculada superficie del techo. Volví a imaginarlo, tirado, boqueando, tratando de jalar aire, mientras que una sangre casi negra iba formando una mancha a su alrededor. La certeza de que para mañana José María ya estaría muerto me provocó un estremecimiento. Sigue leyendo